A Fragrance for men

 En Opinión, Otros

Agobiante, la publicidad me va resultando tremendamente agobiante. En radio, televisión, redes sociales, etc.  va alcanzando un nivel de presión al potencial consumidor que, yo no sé a ustedes, pero a mí me resulta ya agobiante. En Internet basta con que busques un frigorífico, pongo por caso, para que de inmediato empieces a recibir propaganda de todas las tiendas de electrodomésticos del mundo, eso sí, empezando por las más cercanas a tu domicilio, que tienen perfectamente identificado.

Vivimos en un mundo que necesita vender, lo entiendo. Lo necesita imperiosamente y eso hace que se persiga al potencial consumidor con un bombardeo constante de ofertas y contraofertas cada vez más personalizadas en base al conocimiento que tienen de nosotros que es casi absoluto. Las redes sociales para mí están cuasi intransitables. Afortunadamente tampoco las frecuento en exceso, pero cada vez que pincho en un enlace aparece el correspondiente anuncio que o te dificulta leerlo o, cuando menos, te obliga a esperar un tiempo hasta que desaparece.

Y en televisión no digamos. Cada vez aparece con más frecuencia el consabido “Volvemos en seis minutos”, eso cuando no le faltan a alguna película pocos minutos para concluir. En ese caso, ni te dicen cuándo volverá, te ponen una ristra de anuncios que, si quieres saber el final de la película tienes que tragarte o bien aprovechar para estirar las piernas.

Y son conocedores del efecto de los anuncios. Saben cuándo ponerlos, cómo, cuál es el público objetivo, qué fibra tocarle. Por eso nunca he podido entender qué extraño brebaje se esconde tras la manía de todos los anuncios de perfumes de adornarse con una frase en otra lengua no castellana. Véanlos y comprueben. No hay anuncio de perfume que no vaya acompañado de frases como la que titula este artículo o bien “Paco Gabann”, “Cagolina Hegueega”, etc. Y como digo, no consigo entenderlo. Comprendo que algún colega pueda convencerse viendo un anuncio en el que una señorita de muy buen ver se acerca a un fulano como fascinada, después de que el tío se haya pulverizado con la correspondiente “fragrance” y cae rendida a sus pies. La conclusión para él es obvia. Si no ha ligado en su vida no es porque sea más feo que Picio. No, el problema es que no había conocido antes esa “fragrance”. Y a la inversa. La chica que está cercana al trance cuando tras rociarse unas gotitas del mejunje ve arrodillarse a un macizo ante ella. Todo eso lo entiendo. Son mensajes subliminales a los que todos somos más o menos sensibles. Pero a lo de la “fragrance” no consigo llegar.  Comprar algo influido porque el mensaje me llegue en inglés o francés supera mi capacidad de entendimiento.

Y pensaba recomendar que el que se sienta impulsado a comprar por aquello del “extranjerismo” que se lo haga mirar, pero habida cuenta de la insistencia año tras año de todas las marcas,  del nivel de desarrollo de la publicidad y de que la misma estudia hasta los parpadeos del posible cliente, más bien estoy pensando en ser yo el que me trate del tema. Esto en patología tiene que tener un nombre.

 

Rubén Candela Ramos

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